En esta segunda entrega de #ElBarrioTieneHistoria ponemos la lupa en el gran edificio de José María Moreno entre Pedro Goyena y Valle, terminado en 1915
A principios del siglo XX, Buenos Aires emergía como una de las metrópolis más pujantes de Latinoamérica. El crecimiento económico motorizado por el modelo agroexportador —de esencia centralista y portuaria— y la llegada de numerosas corrientes inmigratorias la posicionaban como una ciudad cosmopolita que se abría al mundo a base de progreso y de modernidad.
Esto acarreó un proceso de urbanización intenso, el cual modificó la arquitectura y la infraestructura de nuestra urbe. Se avanzó en la construcción de edificios majestuosos, de estirpe europea, y en la ampliación de la red de servicios públicos.
En ese entonces, la salubridad de la población se veía afectada por el aumento de habitantes y por las deficientes condiciones de acceso al agua. Las casas de fines del siglo XIX solo contaban con pozos o con aljibes, lo que hacía que mucha gente consumiera agua contaminada sin saberlo. Incluso, se cuenta que se recurría a tortugas y a sapos para filtrar el agua de forma natural y evitar, así, una posible contaminación por insectos. El antecedente de las epidemias de cólera y de fiebre amarilla, que fueron letales en la ciudad, evidenciaron la necesidad de avanzar en el saneamiento urbano.
El edificio de Aguas Corrientes de la avenida Córdoba, inaugurado en 1894, ya no alcanzaba a satisfacer la creciente demanda de agua potable de los porteños, por lo que se pensó en un plan para extender la red hacia el oeste. En 1912, con la creación de Obras Sanitarias, se proyectó la construcción de dos edificios: uno en Caballito, primero; y otro en Villa Devoto, algunos años después.
Así se empezó a concebir uno de edificios más hermosos y emblemáticos de nuestro barrio: el Palacio de Aguas Argentinas. Esta joya arquitectónica se terminó de construir en 1915 y era, en ese momento, una de las edificaciones de mayor altura de la ciudad. Si bien ya no resalta en el horizonte como lo hizo a lo largo de varias décadas, su imponencia sigue reflejando las condiciones económicas y sociales de la anterior centuria.
Emplazado entre las calles Valle, Pedro Goyena, José María Moreno y Beauchef, su construcción demandó tres años y requirió, como era costumbre en ese momento, la importación de piezas desde Gran Bretaña.
De estilo neorrenacentista francés, su interior cuenta con 180 columnas de hierro que sostienen 12 tanques de acero, distribuidos en cuatro pisos y con una capacidad de almacenamiento de 72 000 metros cúbicos.
Lo más destacado de la obra fue el depósito de gravitación. Tanto Caballito como Villa Devoto, al ser zonas de altura, permitían que el sistema de gravitación para el traslado del agua sea efectivo. Los casi 40 metros de elevación de ambos barrios facilitaban la distribución del recurso hídrico.
Si bien a mediados de siglo el cambio tecnológico producido por la masificación de la electricidad provocó que la distribución de agua se empezara a realizar mediante bombas eléctricas, el edificio logró complementarse a este nuevo sistema y continuó funcionando.
Luego de varias décadas de descuido, en el año 2000 fue declarado “Sitio de Interés Cultural” y en el 2010, “Área de Protección Histórica” bajo el nombre “Casa Bomba Caballito”, por la legislatura de la ciudad de Buenos Aires.
En el 2013 se comenzó un proceso de restauración, tanto interior como exterior, con el fin de resguardar y de mantener el valor histórico de este edificio distintivo.
Con belleza y vanguardismo, el Palacio de Aguas de Caballito expresó, como pocos, el progreso urbano y tecnológico de la Buenos Aires de principios de siglo XX.
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