Por Maximiliano España
Hace un par de noches mientras cambiaba de canal en canal escuché el testimonio de un médico intensivista. En la puerta de un hospital público y rodeado de otros colegas, cuenta que antes de intubar una persona, la misma tiene la posibilidad de hacer un llamado. Y que así escuchan la angustia de quien se despide con un futuro incierto, pidiéndole a un amigo, a un esposo o esposa que cuide de su familia, de sus afectos o sus pertenencias. Desde entonces pienso en si me tocará llamar o si recibiré un llamado, pienso en los profesionales de la salud y en el hospital público que corresponde al barrio de Caballito: el Hospital General de Agudos “Carlos G. Durand”.
Desde Revista6 hablamos con sus trabajadores, con quienes habitan y combaten esta segunda ola de la pandemia desde una institución que es emblema de excelencia médica. ¿Cómo están? ¿Qué es lo que sucede en el hospital? ¿Cómo se vive desde adentro? ¿Qué pasa con las y los trabajadores que hace un año eran aplaudidos y hoy tienen que hacerse tiempo en medio del drama para pedirle a la ciudadanía que se cuide?
En la trinchera.
Héctor Ortiz es enfermero del hospital, delegado de ATE y coordinador de la Agrupación Hospitales Porteños. El año pasado perdió a tres compañeros trabajadores de la salud de la institución como resultado de la lucha contra el COVID-19. Este año no solo están más cansados, sino que la situación se complejizó de manera exponencial. Los sueldos de los trabajadores están atrasados y no están a la altura de lo que se les demanda. Faltan recursos, principalmente el humano. Hace apenas cuarenta y ocho horas siete camilleros del turno mañana se infectaron, eso impacta de lleno en la atención médica. A diferencia de recurso material el humano no es reemplazable en el corto plazo. La velocidad de contagio hace que el sistema sea exigido de una manera cruel. Héctor me cuenta con la crudeza de la realidad que en este último tiempo la edad de los internados bajo considerablemente. Menores de cincuenta que necesitan cuidados intensivos. Gente a la que el virus consumió en un par de días. Hace unos días falleció un amigo de la infancia y en estas semanas también perdió vecinos con los que tenía trato habitual. Su pedido a la comunidad es claro: respeten los protocolos, cuídense, frenemos esto. Mientras todo eso suceda seguirá junto a los demás dejando mucho más que el profesionalismo con cada paciente.
Cuidar a los propios.
Mirta es psicóloga, coordina el servicio de salud mental para adolescentes hace más de diecisiete años, y hace algo más de treinta que trabaja en la institución. Me cuenta que a las complejidades habituales se le han sumado los enormes desafíos que implica la atención en salud mental que en algunos casos tampoco puede esperar ¿Cómo hace un paciente para tener terapia de manera remota si no tiene ni siquiera celular, o si hay un único celular en un grupo familiar de seis personas que conviven? En muchos de los casos se trata de situaciones de violencia intrafamiliar, y a todos se les da una respuesta. Se cuida a todos, aunque la pandemia ponga barreras. Todos es también los trabajadores del hospital, personal médico u operativo que sufren el insomnio, el estrés y la presión todos los días desde hace un más de un año. También se los atienda cada vez que lo requieran. Mirta junto a una psiquiatra desde que empezó la pandemia están solas para dar respuesta a todo.
La pandemia que todo lo altera hace un tiempo cambio la playa de estacionamiento por la Unidad Febril de Urgencia (UFU) como un símbolo innegable de lo que se vive
Hoy más que nunca
Eli se enfermó el año pasado, y como otras personas que conozco estuvo aislada en el Hotel las Luces en el centro porteño. Se contagió en el hospital, es operaria de limpieza y los fines de semana tiene a cargo las guardias. Eli también es testigo de la situación de tensión que se vive a diario con pacientes que muchas veces en la angustia se alteran produciendo situaciones que agregan más dificultad al contexto. Hace doce años que trabaja a la par de los técnicos y profesionales siendo parte de un enorme despliegue humano que contiene el drama. “Hoy cuesta más que antes empezar un nuevo día” me dice cuando le pregunto cómo es que se arranca día, lo dice con la misma rapidez con la que me detalla de manera minuciosa la profesionalidad con la que hace su trabajo, ese que implica limpiar el lugar donde están los enfermos de COVID están para que lleguen otros. Hoy más que nunca pide que nos cuidemos del mismo modo que resalta la impotencia que le genera una sociedad que en muchos casos no toma los recaudos.
Sin miedo
Salomé y Nicolás son esposos, hace dos décadas que trabajan en la atención-recepción de pacientes en el sector de gastroenterología. Se conocieron en el trabajo, todos los días inician su jornada laboral con la premisa de no tener miedo. Ambos son personas de una profunda fe cristiana y sincera, entienden la necesidad de dejarlo todo cuando la angustia está del otro lado de la ventanilla. En este tiempo las consultas bajaron casi un cincuenta por ciento, de un promedio de cien por día el número bajó a casi cincuenta. Eso afecta directamente la salud de personas que necesitan un diagnostico para empezar a tratarse. Ambos están preocupados, pero no por ellos sino por lo demás, como con cada trabajador y trabajadora que hablo insisten en la necesidad de no tomar riesgos, de no saturar más, “la cerveza en el bar puede esperar” escucho del otro lado de la línea. Nunca escuché en tanta simpleza el drama subterráneo que fluye en los hospitales de la ciudad.
La delgada línea
Hace dos domingos Carolina empezó a sentirse mal. Es vecina del barrio y hotelera. La pandemia hace que su sector sea uno de los más golpeados. Tuvo que volver al trabajo semi presencial. Cuando la sintomatología empezó llamo al ciento siete y le dijeron que se acerque a la UFU el día lunes. La atendieron en la guardia, de parada y le dijeron que fuera al otro día para hisoparse. Pasó días yendo y viniendo, haciendo colas de más de dos horas para cada una de las cosas, mientras le estallaba la cabeza, o se agitaba de solo mantenerse en pie. Se mantuvo en rectángulos definidos en el piso para los sospechosos de COVID, y lloró frente a una empleada del hospital cuando sintió que no podía más. A Carolina los tres hisopados le dieron resultado negativo, pero tuvo todos los síntomas que una persona con COVID puede tener. Una amiga médica hace un par de noches para quedarse tranquila logro que le hagan una resonancia magnética en un hospital porteño. El escenario que vio fue el drama en primera persona, pedidos para intubados, gente que es bajada de las camillas de las ambulancias ya envuelta en protecciones de aislamiento. Quería hacerle dos preguntas, pero solo me animé a una: “¿Cuándo fuiste la primera vez a la guardia, creíste que te quedabas?” Su respuesta fue un sí.
Lo que no me animé a preguntar tiene que ver con el comienzo de esta crónica, si fuese el caso ¿a quién hubieses llamado antes de la intubación? Es la pregunta que probablemente te hagas al terminar esta nota.
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