Por Maximiliano España
Tiempos de pandemia, de contexto imposible, inesperado, vivimos con la angustia de la incertidumbre. ¿Qué es lo que sucede en las instituciones religiosas del barrio? ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la fe en la comunidad? ¿Cómo se piensan algunos de los protagonistas del universo religioso en la comuna? Hablamos con el padre Eusebio Paz de la iglesia Nuestra Señora de Caacupé y con el rabino Diego Vovchuck de Or Israel.
Son las diez y veinte de un viernes de mañana fresca para esta altura del año. Estoy frente al Parque Rivadavia en la Caacupé. Hace unas semanas me puse en contacto con el sacerdote Eusebio de cara a escribir esta crónica. Nunca entré a esta iglesia a pesar de vivir a cuatro cuadras y eso es una de las cosas que pienso mientras me voy metiendo más allá de la reja de entrada. Para Eusebio las cosas desde un principio estaban claras, hace más de cinco años que está en esta iglesia y cuando la pandemia empezaba a tomar las calles del barrio poner el cuerpo se convirtió en la reafirmación de su creencia. Me cuenta que desde muy chico supo que iba a ser cura. Para él la pandemia es un mandato divino que lo interpela, lo pone en el lugar que eligió, ese de dar, darse a otros. Puertas adentro de la institución funciona un esquema solidario que asiste a trescientas familias, lo que empezó siendo una ayuda para personas en situación de vulnerabilidad se convirtió también en rutina para los sectores medios del barrio que se acercan en busca de algún tipo de asistencia solidaria. En la Caacupé hay una regla: nadie que vaya a pedir ayuda puede irse con las manos vacías.
Tenemos la charla en una sala hermosa y llena de luz, cargadísima de imágenes religiosas. Mientras me tomo el café que me ofrece, pienso en no manchar nada ni tirar nada que pueda ensuciar todo lo que me rodea. Pienso también que estoy un poco absorbido por la energía del lugar, el tiempo pasa, sí, pero en otra frecuencia. Me interesan las dudas, esas que Eusebio llama de fe. Desde el comienzo de la pandemia hubo feligreses que perdieron a sus hijos y no los pudieron velar, ausencias demasiado presentes en las peores horas del encierro, mundos que se contraen con todo lo que creemos adentro. Caballito tiene una alta densidad poblacional de adultos mayores, muchos de ellos viven solos, las instituciones religiosas representan los diques de contención de las diversas expresiones de la fe. Le pregunto qué se hace, como se responde. Me dice que la relación con Dios es eso, una relación, y que es parte de la misma los cuestionamientos o los enojos. Me habla de las dudas y enojos de los protagonistas de la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Contener en la incertidumbre es un trabajo que no conoce de horarios. El tiempo que viene es un desafío. Al día de hoy, y por disposición del gobierno de la ciudad, pueden asistir de a veinte fieles por misa. El teléfono no para de sonar desde que llegué, la gente se anota una atrás de otra, para cuando terminemos la charla probablemente ya no haya lugar para este fin de semana. El esquema solidario funciona gracias a la entrega de un montón de ciudadanos venezolanos y venezolanas que encuentran en la acción una forma también de acercarse a “papá Dios” como suelen llamarlo. Recuperar lo que la pandemia se llevó y ampliar lo que floreció parece ser la hoja de ruta del tiempo que viene.
Me voy algo reconfortado sin entender el por qué, o al menos eso creo. Eusebio me despide y del otro lado de la puerta, en la calle sobre Rivadavia, un grupo de personas en un alto estado de vulnerabilidad lo esperan. Uno de ellos tiene la mirada rota; es el alcohol de una vida y la vida también. Camino y pienso: que no se queden con las manos vacías.
Siendo la segunda comunidad más antigua de la ciudad y desde la década del treinta en el barrio, Planes y Cucha Cucha, Or Israel tiene una atmósfera envolvente. Me recibe el rabino Diego Vovchuk con quien me puse en contacto por internet. La sinagoga quedó en obra, el brote de la pandemia dejo en suspenso la misma, y empieza a adaptarse al formato presencial y gradual autorizado. Apenas comenzó la cuarentena Diego se puso a pensar formas de contener a su comunidad, mediante streaming o por Zoom el templo nunca dejo de acompañar a sus fieles. Así mismo funciona un sistema de recaudación de alimentos que después es repartido en ONGs, escuelas del barrio y personas en situación de calle. Para Diego la pandemia es también una forma de ponerse al frente, me dice que es un hombre de creencias divinas y que como tal sabe que siempre está la posibilidad de ser convocado a servir: “Soy rabino en los casamientos, pero también en los duelos”. Para ellos rezar es en colectivo, eso implica que el hecho de habilitar solamente veinte fieles por ceremonia complica el acto en sí. De hecho, lo aclara cada vez que oficia, los nuevos medios de comunicación no reemplazan al acto presencial en lo simbólico ni en lo espiritual ni en la contención. También en su comunidad el aislamiento convoco las ausencias y las quietudes de las casas. El desafío es sostener el templo en el tiempo que viene, donde lo presencial afecta directamente el funcionamiento del mismo. Estamos atravesando Sucot y Diego me invita a conocer el lugar. Es realmente hermoso, es historia viva, casi como si uno la pudiera respirar.
De un lado y del otro del barrio entre historias que se cruzan, puntos de partida comunes, late un Caballito espiritual. Cuando la finitud de la vida se revela en su clave de irreversibilidad y todo lo que nos aferramos resulta inestable, todos nos hacemos preguntas. Lo sabe bien el padre Eusebio cuando ve desde el patio de la Caacupé como aumentó la cantidad jóvenes que se persignan cuando pasan por la puerta de la iglesia. Lo sabe el rabino Diego cuando acompaña un duelo en una casa. De un lado al otro de Caballito muchos de nuestros vecinos rezan, y sí, por supuesto también lo hacen por vos.
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