Antes de ser rodeado por torres y edificios, el estadio de Ferro tenía detrás de su cabecera visitante los famosos molinos de la empresa. Emplazados sobre la calle García Lorca, los silos fueron paisaje característico de nuestro barrio hasta su traumática demolición y el arribo del negocio inmobiliario.
La llegada de la empresa en nuestro barrio se remonta a 1914, año en que construyó su primer edificio de cinco pisos en Rojas 49, donde hoy se encuentra la plaza Crisólogo Larralde. El boom de la exportación del trigo a principio de siglo XX facilitó este tipo de emprendimientos. Las instalaciones con las que contaba consistían en un molino a vapor donde molían, limpiaban el trigo y almacenes de venta de harina. El paso de los años, el aumento de la producción y el posicionamiento de la empresa en el rubro molinero produjeron la necesidad de aumentar su producción.
En 1938 Morixe dio ese salto comprándole a la empresa del Ferrocarril Oeste los terrenos de Cucha Cucha 250, lugar donde se encontraba la vieja sede de Ferro que luego de la venta terminó mudándose a donde hoy se encuentra, García Lorca 350.
Ubicada estratégicamente, la empresa molinera construyó sus oficinas junto con los 14 silos harineros que fueron destacados por su magnitud. El edificio contaba con un ramal del Ferrocarril Sarmiento con acceso directo al predio y una mesa giratoria que permitía el ingreso y egreso de materia prima y harina. Así la empresa se conectaba con la red ferroviaria permitiendo así distribuir fácilmente sus productos a la lo largo y a lo ancho de todo el país.
No hay equipo de fútbol o famoso jugador que no tenga una foto con los molinos de Morixe detrás, su ubicación justo detrás de la cancha de Ferro hizo que sea referencia clara de nuestro barrio. Durante muchos años la molinera usufructuó su ubicación estratégica para publicitarse de manera gratuita en cada evento que acontecía en el estadio de Ferro. Supo pintar en cada uno de los silos que daban al estadio una inmensa letra que formaban la palabra Morixe en un tamaño que la hacía ineludible a los ojos de los presentes. En la década de 1980 la empresa tuvo que tapar estas letras por haber sido intimada por Ferro en razón de utilizar sus silos para publicidad en eventos del club. A medida que pasaron los años y el barrio fue creciendo, la ubicación de los molinos se encontró en medio de la ciudad, rodeada de residencias y edificios.
En 1993 la compañía compró el molino Bautista Guglielmetti situado en Benito Juárez y comenzó una etapa de transición hacía aquella localidad bonaerense en la cual mudó su producción. La crisis del 2001 provocó que el edificio de Morixe quede desocupado y abandonado. A partir de este hecho, numerosas familias sin techo encontraron en un espacio lindero al molino, un lugar donde habitar. Recién en 2007, habiéndose revalorizado el precio del suelo, los bancos acreedores de la empresa -encabezados por el Banco Francés- vendieron el predio al fondo de inversiones Pegasus Capital (de Mario Quintana, ex Jefe de Gabinete de Mauricio Macri) para desarrollar el emprendimiento inmobiliario Torres “Dos plazas” con la constructora Caputo (del amigo íntimo del ex presidente que en aquel año ganara la Jefatura de Gobierno de la ciudad) y así, dar por finalizada la permanencia de Morixe en nuestro barrio.
El terreno donde funcionó el molino fue abordado por el mercado inmobiliario como un gran espacio que podría reportar grandes ganancias económicas a los inversores y contemplaba, también, a los terrenos de la ex playa de maniobras del ferrocarril y una huerta comunitaria contigua a la plaza Giordano Bruno. Se construyó la idea de un espacio que estaba “vacante”, y se desarrollaron una serie de procesos sociales y económicos que funcionaron de forma articulada con el objeto de hacer de esos espacios lugares vacíos. Desde el Estado porteño se abandonaron deliberadamente esos predios y, por otro lado, se fomentaron y alentaron todos los reclamos vecinales que coincidían con la solución que proponía el mercado inmobiliario como salvador de ese espacio deteriorado deliberadamente.
La revista Horizonte y la organización vecinal Caballito Puede encabezaron la representación barrial de un sector que encontró eco en la entonces gestión del CGP6 y del GCBA que, como actores hegemónicos, configuraron una definición de usos legítimos y de usos ilegítimos del espacio. De la misma forma lo hacían sobre vecinos, considerando legítimos y normales a unos y como okupas y residentes ilegítimos a otros que por lo tanto debían ser expulsados. Contrariamente, otros grupos vecinales, nacidos al calor de las asambleas producto de las crisis del 2001 (Protocomuna Caballito, SOS Caballito) encarnaron un intento de apropiación del barrio y de sus espacios para usos comunes. Pero el mercado inmobiliario –junto a Estado porteño- se salió con la suya.
En el año 2008 junto con la orden de desalojo de los cartoneros que ocupaban la ex playa de maniobras del ferrocarril, hubo otra orden de desalojo administrativa cuyo objetivo era desalojar a las 42 familias que ocupaban los terrenos nacionales que el viejo molino utilizaba de forma privada en sus comienzos para carga y descarga de sus productos, una parcela ubicadas al sur los silos, entre las vías del ex Sarmiento y las calles Martin de Gainza y García Lorca. Este desalojo no sólo fue posible por el accionar gubernamental, sino que también fue cimentado por vecinos que realizaron denuncias para propiciar el desalojo. De esta forma la firma constructora comenzó con el desmantelamiento de los silos que se dio en simultaneo a la nube de humo que se instaló en la ciudad producto de los incendios forestales en Entre Ríos de aquel año que, en conjunción con la derribamiento del ex molino, nos obsequió imágenes apocalípticas o de pos guerra sobre el barrio. La demolición se realizó sin ningún tipo de desinfección de la obra lo que causó una proliferación de ratas y murciélagos. En abril de ese mismo año se detectó a pocas cuadras de la obra el primer caso de rabia en una gata contagiado por un murciélago luego de 28 años de haber sido erradicada la enfermedad en los animales.
Envuelto en dudosos permisos para la edificación y sin la adecuación de los servicios públicos para la obra se inició la construcción de las torres “Dos plazas” que hoy vemos en su lugar. Un complejo de torres-country conformado por dos edificios de 33 pisos, con 264 unidades de vivienda cada uno, espacio para 390 cocheras en el subsuelo y rodeados de 10.500 m2 de parque propio, solárium, piscina, gimnasio, salón de usos múltiples y juegos para niños. En el sitio web de venta de inmuebles, el emprendimiento era presentado como “torres residenciales de alta gama”, aunque las observaciones de arquitectos sobre los materiales utilizados en la construcción distan notablemente de lo que podría considerarse una edificación de lujo.
No conformes con lo que sucede en ese espacio privado, el GCBA ha realizado la puesta de un semáforo en García Lorca y Bogotá, con la colocación de una senda peatonal en diagonal con el único propósito de facilitar el ingreso vehicular exclusivo a quienes viven en las torres. Imposible no concatenar esto con la pavimentación ilegal que se realizó en la traza de la calle Bogotá en los últimos días sobre un adoquinado que tiene protección patrimonial. No solo hablamos de un daño ya acontecido sobre la fisonomía del barrio, sino de una constante demanda de modificaciones sobre la infraestructura que parecen no terminar nunca de borrar la identidad barrial preexistente.
Actualmente, la voracidad del “Dos Plazas” no ha logrado el total de su cometido. Existe aún conflicto por el terreno fiscal, perteneciente al Estado Nacional, de 2300 m2 pegado a las vías entre García Lorca y Martín de Gainza (donde fueron desalojadas 42 familias) que promete reproducir a menor escala la disputa anterior. Vecinos, nucleados en el Consejo Consultivo Comunal, lo han reclamado como un espacio público para el barrio; mientras que la administración de “Dos Plazas” ha informado a sus residentes que contaban con el compromiso de la gestión comunal anterior (también del PRO) para hacerse de ese terreno para uso privado.
La construcción de estas torres significó la expresión más acabada del negociado inmobiliario que aún sufrimos en nuestros días con los sucesivos problemas en los servicios públicos y una destrucción del paisaje urbano del barrio, caracterizado por casas bajas y edificios de mediana altura. Atrás quedó uno de los símbolos de la economía de principio del siglo XX y construcción característica de nuestro barrio.
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